he intentado cosechar los frutos del cielo y no he podido. Se elevan hacia no sé qué otro cielo cuando les tendía mis manos golosas de su abundancia. Las ramas de las bóvedas se comban sobre las esperanzas de nuestras plegarias; cuando éstas callan, aquéllas pierden sus frutos. Tampoco brotan flores en el cielo ni las vides dan fruto. Dios, como no tiene nada que guardar en su casa, de aburrimiento y enojo, deja yermos los jardines del hombre. No, no; no es la visión de los astros lo que me deslumbrará. Bastante luz he perdido mendigando a las alturas. Harto de toda laya de cielos, he dejado mi alma a merced de los ornamentos del mundo. Emil Cioran Breviario de los vencidos (Tusquets, Barcelona, 2009, p. 11).